El micromachismo de la Thermomix



Fuente: Pablo Alcázar – Granada Hoy

Los hombres, obligados a guisar, utilizan la Thermomix, el robot alemán de cocina, para dárselas de expertos

Cuando el calor alcanza los 45 grados, es que no se me ocurre nada y termino escribiendo de salsas o sopas frescas como el gazpacho o la vichyssoise. El verano pasado, en primicia mundial, dimos en estas páginas la receta del salmorejo de tomates y zanahorias. Nos la proporcionó de viva voz una mujer en la frutería. Todo no está en Arguiñano. La transmisión de recetas la sigue haciendo la mujer oralmente, como siempre. Aunque los hombres, que no quieren quedarse atrás, también se atreven ya a compartir la composición y la elaboración de un plato. Ayer, un jubilado me detalló en el tenderete de mi frutero cómo freír los pimientos verdes. Me insistió en que los dejase cocer en el aceite a fuego lento y que, antes de consumirlos, les echase un escrúpulo de sal gorda. Hizo hincapié en que la sal fuera gorda. Hacía mucho calor debajo del toldo de Salvador. Tenemos ya tanta confianza que nunca me pesa lo que llevo y me cobra siempre la misma cantidad: dos euros. Lo comido por lo servido. Unas veces gano yo, otras, él.

La mujer del salmorejo del verano pasado, como una diva del bel canto, cuando acabó el recitativo de los ingredientes, nos advirtió que ella no usa pan, porque engorda y que lo ha sustituido por 250 gramos de zanahorias, por cada kilo de tomates. Aseguró que le sale finísimo, como un salmorejo de caramelo, aterciopelado, como si fuera la crema pastelera de los tomates. Cuando le pregunté si había adaptado ya su receta a la Thermomix, el robot de cocina alemán, me miró como a sacrílego y no se dignó contestarme. Comprendí que, además de bella, era inteligente y que se había dado cuenta de que la Thermomix es un instrumento del Patriarcado, de los hombres que ahora se ven obligados a guisar, bien porque están solos o porque les ha empezado a gustar andar entre fogones o, simplemente, porque en el reparto de tareas del hogar les corresponde cocinar lunes, miércoles y viernes; y que usan la Thermomix para, de salida, hacer comidas aceptables con sólo atenerse a las prescripciones de temperatura, velocidad y tiempo del recetario. Ese robot convierte al varón más torpe en un aspirante a MasterChef, sin haber tenido que aprenderse las recetas de su madre ni practicar, como los dioses antiguos, nada más que el sencillo arte de asar carne. Desde hace 150 años, estos recién llegados al reino de las cocinas, o los «expertos», (es decir, científicos varones) han irrumpido en lo que era un dominio femenino -el cuidado del hogar, de la salud, de la familia, del embarazo, del parto, etc.- y, con la excusa de la ciencia, han desalojado a las mujeres del control de ámbitos que sólo ellas administraban. La Thermomix, en muchas ocasiones, se ha convertido en un instrumento micromachista en manos del hombre empodereado. Yo mismo he terminado por cocer los huevos de ocho en ocho en ese caballo de Troya del poder masculino. Y todos me han sabido a gloria.

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