Se hacen en cazuelitas individuales de barro.
Se pone 50 cc. de aceite virgen de oliva en la cazuela. Cuando está caliente, se echa y fríe un diente de ajo, cortado en dos o tres láminas y, cuando empieza a dorarse, se une un trocito de guindilla cortada en aros; antes de que ésta llegue a quemarse, se echan 150 gramos de angulas y a fuego vivo se dan un par de vueltas, sin que lleguen a freírse y se sirven inmediatamente. Deben salir a la mesa chisporroteantes, y, en cuanto al aceite, más vale que pequen de poco que de mucho, pues la angula absorbe poco.
Se sirven con tenedor de madera de boj.
Sobre estos minúsculos pececitos pesaron toda clase de mitos fabulosos. A finales del siglo pasado, no sin largas disputas, se admitió que las angulas eran las crías de las anguilas, que nacen en el mar de los Sargazos a una profundidad de unos mil metros.
Tras la puesta, la anguila muere y las larvas emprenden su ruta hacia Europa y Africa, en busca de los ríos de donde salieron sus padres, aprovechando la corriente del Golfo, porque aunque capaces de nadar, no pueden por sí solas acometer tan largo viaje, cuya duración se calcula de tres a cuatro años, durante los cuales sufren numerosas transformaciones, pasando del tamaño inicial de un centímetro, a los siete que miden al entrar en los ríos.
Se pueden pescar en todas las rías de todos los mares, aunque solamente sean apreciadas y consumidas en España y, de ella, en el norte. Los datos de su precio no están en contradicción con los muchos testimonios, incluso de gente que vive, de su baratura en otras épocas, especialmente a principios de primavera. En el mercado se expenden ya cocidas.
Angulas al pil pil
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